No deja de ser obvio.
Cada pedazo resquebrajado va a saltar por los aires.
Y las chispas…
Los jodidos puntos eléctricos
se deslizan entre los dedos
enviando señales de alerta que nadie escucha.
Y sigue: la sordera,
los mil millones de excusas
inventadas para decir, una vez más,
que una sola noche bastará
para comprobar cómo se rompen
antes de calentarnos.
Porque cada cien intentos de choque pacífico
por estadística, casualidad,
alguna estúpida perseverancia empírica
y la manía de coser a parches quemaduras
brota fuego.
Cuando cada poro de tu piel estalla
el neón de la puerta de emergencia deja de ser salida
y opción recomendable.
Para convertirse en mera posibilidad
de huída.
Elegimos.
Caminar en caliente.
Los huesos rotos.
Los brazos muertos.
Dos costillas clavándose profundamente en el abismo
en el que se ha convertido tu estómago.
Y piensas,
que seguramente no hay lágrimas en el infierno
cuando la cerveza se ha evaporado a estas alturas.
Estoy bastante segura
De la necedad absurda que supone
En pleno siglo XXI
Y habiendo tantos mecheros
Chocar piedras
para obtener fuego.
Y sin embargo,
aquí seguimos.