La teoría de los
nudos,
En base a atar
líneas de especulaciones
Sobre las migajas
de esa costumbre
De nombrar cosas
sin nombre
O llamar sin
teléfono
Para nunca
responder.
La creaste tú, yo
la copié.
La antiestética
de barrer bajo la alfombra,
Bajo la cama,
bajo el mueble de
las películas que nunca vería
o dentro de
áquella caja
dónde escondí el secreto
para marcharse sin avisar.
La inventé yo, tú...
En fin.
El olvido no es
tan triste si lo comparas
Con la red de
cosasquequizás
Nunca debimos
hacer
O no debimos
dejar de hacer nunca.
Supongo que es
cuestión de perspectiva.
Desde la telaraña
de secretos de encima de la cama
se puede ver el
montón de cenizas viejas
Acumuladas estratégicamente
Sobre las páginas
del quién y qué hicimos -tanmal-
Para que los
alérgicos al polvo y la suciedad
No abramos más el
libro.
Fíjate, cuando
conté mis propias mentiras
me salió a pagar.
Aunque los dos
dejamos una hipoteca
de victorias
como trofeo en la
estantería.
Y la diferencia
de hablar en
pretérito distante
o condicional
imperfecto
como señal
inequívoca de sentencia dictada -culpable-
de un caso sin
resolver.
Ahora es algo más
génerico que particular
lo de hablar con
el teclado
por no romper el hábito
de llenar páginas
de palabras.
Así, como quién llama en susurros
sin timbre, sin balda,
a una puerta cerrada.
No abras.
¿Para
qué?
Al final nunca
decimos nada
Y, quizás,
esa sea la única
forma que tenemos
de decirlo todo.