viernes, 4 de septiembre de 2015

De las cosas que quizás dijimos



La teoría de los nudos,
En base a atar líneas de especulaciones
Sobre las migajas de esa costumbre
De nombrar cosas sin nombre
O llamar sin teléfono
Para nunca responder.
La creaste tú, yo la copié.

La antiestética de barrer bajo la alfombra,
Bajo la cama,
bajo el mueble de las películas que nunca vería
o dentro de áquella caja
dónde escondí el secreto para marcharse sin avisar.
La inventé yo, tú...
En fin.

El olvido no es tan triste si lo comparas
Con la red de cosasquequizás
Nunca debimos hacer
O no debimos dejar de hacer nunca.
Supongo que es cuestión de perspectiva.

Desde la telaraña de secretos de encima de la cama
se puede ver el montón de cenizas viejas
Acumuladas estratégicamente
Sobre las páginas del quién y qué hicimos -tanmal-
Para que los alérgicos al polvo y la suciedad
No abramos más el libro.

Fíjate, cuando conté mis propias mentiras
me salió a pagar.
Aunque los dos dejamos una hipoteca
de victorias
como trofeo en la estantería.
Y la diferencia
de hablar en pretérito distante
o condicional imperfecto
como señal inequívoca de sentencia dictada -culpable-
de un caso sin resolver.

Ahora es algo más génerico que particular
lo de hablar con el teclado
por no romper el  hábito
de llenar páginas de palabras.

Así, como quién llama en susurros
sin timbre, sin balda,
a una puerta cerrada.  


No abras. 
         ¿Para qué?


Al final nunca decimos nada
Y, quizás,
esa sea la única forma que tenemos
de decirlo todo.




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