Qué, dime, qué
¿qué hay que hacer para que vueles?
Dónde están tus alas si es que tienes.
Por qué te arrastras.
Por qué me arrastras.
Al vacío de lo cotidiano en la ventana,
Al café de media tarde y lo que cuenta tu vecina
y quién dice qué es verdad
y qué es mentira
y por qué crees que me importa.
Que sí, digo más de lo que toca.
Lo sé, estoy tan loca…
Todo lo que no pasa me cansa.
Hablar y hablar sin decir nada,
perder el respeto a las palabras
cambiar la excitación por tanta calma.
Y me preguntas otra vez “¿Qué tal?”
¿y si dijera “mal”?
¿entonces qué?
Entonces basta.
Como esperar la tormenta en el desierto,
En tu boca
como en cualquier otra.
La abstinencia al vicio de creer sin pruebas
como la fe que se arrodilla en el confesionario.
Como el consuelo apático del depresivo
que sigue soñando sin levantarse de la cama.
Así transcurre este intercambio de desilusiones.
Yo quería creer en el latido en otro pulso,
You can’t start a fire without a spark canta Springsteen
Y lo firmo.
Y prendo fuego a los abismos
de posibilidad que dejas
entre mis quejas.
Y quiero creer que aún hay vuelo,
Que es cuestión de extender las alas.
Pero el caso es que me ahogo en un cenicero,
Me apago como colilla usada y sin ticket de retorno,
Beso el polvo y me sacudo ante la indefensión
de no saber qué mas decir y no querer callar
para seguir presente.
Me declaro en bancarrota de esperanzas,
tengo el almacén lleno de todo lo que nos falta.
Y cuelgo una vacante a musa en la ventana.
Antes de cerrar el negocio por falta de personal.
La tolerancia a la locura te la cambio
por cualquier sonrisa cómplice en un bar.
Todos los no pasa nada, no me molesta
por un qué es lo que te pasa, niña, qué te pesa.
¿Por qué no me besas?
Cambio lo común por algo diferente.
Así que ven, dime,
Quiero perder el control y la razón
y todo lo que no buscaba
vamos a ver dónde lo encontramos
o vamos a reinventarnos,
desdibujarnos.
No sé.
Es que me pesan las manos de sostener realidades.
Por qué no creamos un sofá dónde no pasen las horas.
Por qué no hablamos sin miedo.
Por qué no hablamos.
Y es entonces que me viene a la cabeza, como el flash de un móvil frente al que cierras los ojos que, de alguna forma, un blog es eso. Justo eso. Un blog es un apartamento en el centro.
miércoles, 27 de marzo de 2019
Los años no vuelven - Parte 1
Quizás por su aire de chiquillo esquivo,
O esa mirada de trucos a medias
y versos tristes.
Para alguien que renace todos los días
centellear con tan diversos colores del espectro de humores
no es más que otro laberinto de falacias.
Podría, sin embargo,
con la amalgama de sonidos envolventes,
los suspiros que cuelgan de todo lo que no dice,
o el interlineado elástico cuando su vejez habla
y, para no repetir, escucho.
Pero callar es otra forma de marcharse
y yo riego los silencios en la tierra estéril
de cada hasta luego con el que me siembra.
Quizás baste el tacto sólido en cicatrices,
la indefensión por embargo de realidades,
o la mueca absurda de sueños cuando sonríe
y, otra vez pícaro y joven,
pide permiso para volar a cierta altura.
Me disculpo con los ojos,
por el lodo en las alas y el peso en los dientes
cuando me flanquean sus dos abismos
y pienso en el suicidio de emociones con preaviso.
Y juro que le mordería un par de inseguridades
antes de quitarnos la ropa interior.
Pero tengo los versos escritos en ausencias de pasados.
Condicionales condicionados
en la métrica de todo lo que ya sé cómo
no acertaré a decir.
Y quizá por mí es que le digo que se marche.
Y quizá por él es que lo hará.
Sea como sea, quédate un mientras.
Niño bipolar,
a veces cuando ríes
el olvido ríe contigo.
Y eso es más que suficiente.
O esa mirada de trucos a medias
y versos tristes.
Para alguien que renace todos los días
centellear con tan diversos colores del espectro de humores
no es más que otro laberinto de falacias.
Podría, sin embargo,
con la amalgama de sonidos envolventes,
los suspiros que cuelgan de todo lo que no dice,
o el interlineado elástico cuando su vejez habla
y, para no repetir, escucho.
Pero callar es otra forma de marcharse
y yo riego los silencios en la tierra estéril
de cada hasta luego con el que me siembra.
Quizás baste el tacto sólido en cicatrices,
la indefensión por embargo de realidades,
o la mueca absurda de sueños cuando sonríe
y, otra vez pícaro y joven,
pide permiso para volar a cierta altura.
Me disculpo con los ojos,
por el lodo en las alas y el peso en los dientes
cuando me flanquean sus dos abismos
y pienso en el suicidio de emociones con preaviso.
Y juro que le mordería un par de inseguridades
antes de quitarnos la ropa interior.
Pero tengo los versos escritos en ausencias de pasados.
Condicionales condicionados
en la métrica de todo lo que ya sé cómo
no acertaré a decir.
Y quizá por mí es que le digo que se marche.
Y quizá por él es que lo hará.
Sea como sea, quédate un mientras.
Niño bipolar,
a veces cuando ríes
el olvido ríe contigo.
Y eso es más que suficiente.
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