Hacía tiempo que no sentía este nerviosismo. Supongo que con
el tiempo uno se acostumbra a las relaciones sociales, a las presentaciones y despedidas
. A los dos besos de cortesía. Poco a poco desalojas la vergüenza y asumes que
las opiniones ajenas deberían chuparte un pie, u otra cosa. Y sin embargo,
fíjate, qué miedo insano y qué tontería pensar que miraré a los ojos de alguien
que lea esto. Qué histeria más estúpida no saber cómo presentarse por escrito,
así, ante tanta gente que pronto me parecerá poca.
Y es que en el fondo, tener un blog acarrea muchos miedos y
entraña unos cuantos riesgos. Miedo a que te miren y el riesgo de que no lo
hagan. A que te vean, por dentro, sin escudos. Más terror aún si encima lo que
ven no es lo que tú creías y van y te lo presentan así, sin más, en forma de
espejo cruel que te hace ver más gorda o más bajita, reflejando tus
inseguridades. Y qué inseguridad más grande es, la que surje cuando piensas en
que ése y aquel, esos a los que a veces engañas, tendrán una puerta abierta a
tus verdades. Una concedida, pero sólo a medias. No puedo sino reconocer
abiertamente que, pese a desear un lienzo en blanco donde pintar mi vida (y
dejar de atosigar a mis amigos con la verborragia de quién no deja de pensar),
pese a querer compartir un poco de
locura y volcar en algún sitio esa rabia tan honda que siento a veces.... Pese
a todo esto, qué miedo me da tener un blog.
Cuando planteé esta absurda idea (muy poco absurda en mi opinión),
un amigo comentó con la sorpresa de quien es valiente y no teme al rechazo - ¡Por
favor! ¡Sólo es un blog! – Qué fácil desde sus ojos, pensé yo. Y entonces caí
en la cuenta de que era cierto, en realidad no era más que eso, no para
cualquier lector. Sin embargo, algo en mí seguía dándole vueltas al concepto,
con más miedo que prisa, con menos entusiasmo que necesidad. No era un blog, no
lo era. Era algo más profundo cuando te pertenecía, más íntimo. Era esa puerta
trasera que se queda abierta sin querer una noche de verano, en un descuido. La
verja del jardín que nunca cierras, la casa sin cortinas. Era esa ventana que
olvidas que existe y por la que te espían los vecinos. No, mucho peor que eso.
Era tener un baúl escondido sin candado, uno que guarda todos tus secretos. Ese
que se queda ahí, mudo y polvoriento , con la esperanza de que alguien albergue
interés en abrirlo, con miedo absoluto a que cualquiera lo abra. Porque en un
blog no controlas quién lee qué, ni cuándo, ni sabes qué demonios estarán
pensando en ese instante. Convives voluntariamente con las opiniones ajenas,
con la indiferencia, con la atención indeseada, con otro montón de bloggers que
se manejan mucho mejor que tú en este mundillo y te hacen sentir pequeño. Haces
todo eso mientras tu vida pasa por él, probablemente inadvertida. Sabiendo que,
de alguna forma y por algún motivo, siempre estará demasiado lleno y siempre
seguirá demasiado vacío.
No, un blog no es sólo un blog. Ni siquiera es una casa, ni
una puerta, ni una verja. No es un baúl escondido, porque tú lo muestras. Tú eliges
lo que guardas. Es como existir en medio de una gran ciudad, como un edificio
corriente en una calle transitada. Ese que convive con otros mucho más bonitos
que él, más antiguos y de mejor arquitectura. Ese que seguro que guarda alguna
vida, a saber de quién. Ese que pasa desapercibido para tanta gente, mientras
alguien recuerda con exactitud el número en el que se encuentra. Ese, el de allí, el que tiene un balcón tan grande
que, si ese alguien mira, seguro que te pilla desnuda dentro.
Y es entonces que me
viene a la cabeza, como el flash de un móvil frente al que cierras los ojos que,
de alguna forma, un blog es eso. Justo eso. Un blog es un apartamento en el
centro.
A flat in
downtown. Qué ironía.
PD: Que nadie se confunda, este blog es para insultaros gratuitamente. Dicho queda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario