sábado, 6 de diciembre de 2014

Nos vemos por la ventana.



Se te olvidó mirar
a través de las palabras.
Leer entre líneas.
Se te olvidó que yo no podría (no mucho tiempo)
Acostumbrarme a verme en las mañanas -
Y desarraigar las noches, 
como si no existieran –
Que no podría esconder el fuego
siempre debajo
de las faldas
de una mesa de camilla.
O dejar que los grilletes
-demasiado suaves-
me atasen las muñecas a tu cama.
No más de algunas horas.

Se te olvido que no.
No podré agradecer.
Ni querer.
Ni soportar la compañía.
Tan constante.

Porque, en algún momento
y de alguna forma.
Siempre elegí quedarme sola.
Para no ver con mis gafas de pueblo.
-que sin ti no lo son tanto-
como pasan
y pasaban
tan lentas
tan rápidas 
-exactas-
las horas.
Prefiero reinventarlas.

Ya predije anteriormente
que tu mundo y mi mundo,
dejarían poco a poco de acercarse.
Para separarse violentamente
como un huracán temprano.

No creíste que anunciase un
hecho.
Olvidaste lo poco que permanece en el aire 
el calor del verano
y que yo
prefería 
que prefiero-
como lo hace el viento,
cien inviernos.

Entiende que no puedo,
ni podía.
Amarrar tu sombra a mi cintura
o llenar
de expectativas
las dudas vanas.

Que no me podría ver el mundo
con tus ojos.
Miopes al fin y al cabo.
O sujetar,
sin fuerzas y sin ganas,
tus recuerdos a mi espalda.
Yo ya tenía una maleta.
Quizá dos.

Que no es que no quisiera,
-que no quería-
es que no puedo
perderme en tus palabras.
Yo,
que siempre escribí las mías.

No, no sé vivir
a través de un buenos días.
Atragantándome el futuro
con las premisas del mañana.
Ni perder las buenas noches.
Las madrugadas
de humo de recuerdos
de calor en las entrañas.
Ese que es más que un orgasmo.

No,
en definitiva y sin dudas.
No podría amar a nadie
si amar significa la renuncia
de la solitaria idea lejana
de mirar de frente a la osadía.

Y palparla.

De unas vistas
aún mas solas
más lejanas
más vacías.
Desde algún tejado frío.
Tan solo.
Tan lejano.
Tan vacío.

En algún piso con ventanas.





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